la novela
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Aquí va:
2.
Hice algo de yoga, luego me tumbé en el piso aquella mañana en que me desperté rojo, irritado, con el pelo revuelto y la cara deshecha. Tenía dos ojeras pronunciadas, las que me dignaba a ocultar sujetando de la montura mis anteojos de sol negros durante el almuerzo. Y me desperté, aquella mañana de diciembre (mes negro, del 2002) a purificar mi espíritu con cuatro poses inútiles, que había extraído de un diario local.
TRIÁNGULO.
Póngase de pie con las piernas separadas agarrándose las manos por la espalda, entrecruzando los dedos, manteniendo estiradas las rodillas respire profundo y exhalando inclínese sobre la pierna derecha hasta que su frente toque la rodilla de esa pierna y eleve las manos como se aprecia en la foto.
Vuelva a la posición inicial, y repita el mismo movimiento hacia la otra pierna.
Veamos, ¿lo hice correctamente?
No.
Intentemos con otra.
EL PUENTE.
Es un ejercicio muy sencillo. Recuéstese sobre la espalda y doble las piernas para acercar los pies al tronco, de modo que queden levantadas las rodillas. Coloque las manos a ambos lados del cuerpo y cierre los ojos. Levante la espalda y las nalgas del suelo, y al mismo tiempo, realice una inspiración profunda; retenga el aire todo el tiempo que pueda, conservando la misma postura y arqueando la espalda todo lo posible.
Me quedé a la mitad del ejercicio. Me dolía mucho la espalda.
Di un salto del suelo a la profundidad de mi recámara. Le eché un ojo a la hora. Ya era mediodía. Afuera ni rastro de sol, o de cielo azul, o de verano. Nada de nada. Es diciembre.
¿Y ahora qué?
No quería quedarme en mi casa sin hacer nada.
Salí con mi familia a comer a un restaurante cerca. Evité tocar la ensalada. Más que otra cosa, comí papas fritas. Y luego tomé un helado de máquina en el KFC o algo por el estilo. Caminamos un poco por el Centro Comercial. Me mantuve sin decir una palabra.
Mi hermano preguntó:
- ¿Qué te pasa?
- Nada. -Le respondí.
- ¿Por qué esa cara?
Yo sabía que lo único que querían era hacerme hablar. Lo que querían era escucharme maldecir una vez más. Solo una vez más. (Lo que en realidad me pasaba era que me dolía el cuerpo y en el fondo sentía que era demasiado pronto para empezar el verano. Un rayo de luz atravesó mi cerebro en ese instante. ¿Y Melisa?)
- Oye... di algo pues.
- ¿Cómo qué cosa?
Tomás planteaba algo.
- Lo que sea.
Abrí mi bocota, solté un bramido:
- Lo que sea. -carraspeé.
Otra vez en mi habitación, oculto tras la luz transparente de mi computadora, escribí algo cerca de las 5.30pm. A las nueve apagué mi computadora y guardé mis archivos en disquetes previniendo varios tipos de virus en la red. Mi PC está en las últimas.
Me quedé corrigiendo una media hora más. Y luego pensé mucho en Lucciana, sentado a la deriva de mi mesa verde, expuesto a la luz fluorescente y al reflejo de los cristales.
Sábado a la noche.
Estaba a punto de quedarme dormido en la cocina cuando sonó el timbre.
Era Walter.
Salí a la calle, a franquearle la entrada. Estaba solo, casa vacía. Walter lo sabía, vino a visitarme a pesar de sus exámenes finales. Digamos que el tono de mi voz por teléfono lo convenció.
- ¿Qué tal, Walter?
- Naa... -dijo, haciendo como una mueca- Estoy en nada. -Agregó.
- En fin, pues...
Subimos, hasta mi habitación, donde sonaba un concierto de Andrés Calamaro por todo el segundo piso. La luz que iluminaba mi computadora y mi trabajo era muy tenue. Walter me preguntó si es que tenía algo para fumar, a lo que le dije que no. También estaba en nada. Pero tengo una par de cervezas abajo, le digo. Walter, lee lo que escribí, aunque solo esté a la mitad.
Lo que yo hice, finalmente, fue tumbarme en mi cama, mientras Walter leía con cierta tranquilidad fuera de este mundo aquella cosa. Yo tan solo escuchaba la voz gangosa de“Loco por ti” en la playa El silencio el año 1997, aquí en Lima. Y la respiración de Walter debido a su prominente catarro sonaba algo como shhh shhh shhh mientras movía el mouse sin llegar a concentrarse del todo.
Finalmente Walter dice que no tiende muy bien quién es Guilder Aguilar Peña y qué es lo que tiene que ver con el señor Ramallo, y después de eso se levanta y se pone de pié, con un pedazo de wiro en la mano, diciendo:
- Vamos al jardín. -Un segundo antes de reírse, algo así como- jo, jo, jo... -Por toda mi habitación.
Y una vez en el jardín miramos la luna reflejada en una pileta, cuya agua hemos olvidado cambiar por años. La cañería demasiado vieja, no circula suficiente líquido en ella, por lo que la pileta se había llenado de distintas clases de musgo y algas verdes. Luce bien, si se toma en cuenta que junto al patio en la pared posterior ha crecido una enredadera, mientras el suelo es de piedras negras, y además alrededor nuestro hay algunas sábilas y algunas plantas y algunas flores... Prendí lo que era como un farol de luz amarilla en mi patio.
- ¿Qué es de Marcel? -Le pregunto.
- No sé... -me dice Walter- seguro ha de estar con Roxana, ¿no lo crees?... -Walter le da un par de caladas a su pedazo de canuto, y en seguida se atora.
El patio se llena por un instante de humo.
- Shhh...
Walter me pasa la hierva envuelta en pegajoso papel de fumar, embadurnado de THC. Un par de pitadas al objeto que ya estaba muy pequeño.
Cuando se lo extiendo, la tos que emite Walter es suficiente como para despertar algún vecino:
- Puta mare, Walter, mucho ruido haces... -le digo, mirando atento alrededor.
- ¿Mucho?
- Sí.
- ¿Qué es de Lucciana? -Me pregunta, después de unos instantes, una vez en la sala.
Me quedé inmóvil, como paralizado, mirando la luna reflejada en la pileta de agua podrida en mi patio. Me quedé mudo, como un idiota.
- Oye.
- ¿Qué pasa?
- Te he preguntado algo.
- ¿Qué cosa?
Walter rió, tiró lo que sobraba entre sus dedos y en seguida se repuso, se estabilizó (por un segundo era como si fuese a caerse de bruces contra el suelo) y después de unos instantes me miró fijamente a los ojos y me dijo:
- ¿La has visto?
- ¿A quién?
- ¡A Lucciana!
- Ah. No pues, no la he visto desde que se mudó.
Hubo una pausa.
- Mejor... -balbuceó Walter, minutos después.
- ¿Por qué?
Una vez dentro, Walter prende un cigarrillo sentado en un sillón que es verde, en mi sala, sosteniendo un cenicero que es una mosca gigante, de bronce, y Walter, sostiene aquella mosca largo rato, hasta que descubre que al levantar sus alas es como un cenicero, y la deja a un lado suyo mientras fuma su cigarrillo, cocinamos algo de huevo revuelto y comemos algunas galletas de chocolate y cerveza, hasta que me llené de valor y después de pensarlo muy bien, digo:
- Entiende que Lucciana, conmigo... pero no, ¿manyas?
- ¿Qué?
Estábamos todavía en mi patio, terminando de fumar aquella pava, cuando Walter me dice:
- El huevo... y las galletas de chocolate, ¿sabes? con la cerveza, como que no combina muy bien, ¿no crees?
- Tienes toda la razón -argumenté.
pd.- Demasiado largo, verdad? Mmmm... mal, muy mal...
Aquí va:
2.
Hice algo de yoga, luego me tumbé en el piso aquella mañana en que me desperté rojo, irritado, con el pelo revuelto y la cara deshecha. Tenía dos ojeras pronunciadas, las que me dignaba a ocultar sujetando de la montura mis anteojos de sol negros durante el almuerzo. Y me desperté, aquella mañana de diciembre (mes negro, del 2002) a purificar mi espíritu con cuatro poses inútiles, que había extraído de un diario local.
TRIÁNGULO.
Póngase de pie con las piernas separadas agarrándose las manos por la espalda, entrecruzando los dedos, manteniendo estiradas las rodillas respire profundo y exhalando inclínese sobre la pierna derecha hasta que su frente toque la rodilla de esa pierna y eleve las manos como se aprecia en la foto.
Vuelva a la posición inicial, y repita el mismo movimiento hacia la otra pierna.
Veamos, ¿lo hice correctamente?
No.
Intentemos con otra.
EL PUENTE.
Es un ejercicio muy sencillo. Recuéstese sobre la espalda y doble las piernas para acercar los pies al tronco, de modo que queden levantadas las rodillas. Coloque las manos a ambos lados del cuerpo y cierre los ojos. Levante la espalda y las nalgas del suelo, y al mismo tiempo, realice una inspiración profunda; retenga el aire todo el tiempo que pueda, conservando la misma postura y arqueando la espalda todo lo posible.
Me quedé a la mitad del ejercicio. Me dolía mucho la espalda.
Di un salto del suelo a la profundidad de mi recámara. Le eché un ojo a la hora. Ya era mediodía. Afuera ni rastro de sol, o de cielo azul, o de verano. Nada de nada. Es diciembre.
¿Y ahora qué?
No quería quedarme en mi casa sin hacer nada.
Salí con mi familia a comer a un restaurante cerca. Evité tocar la ensalada. Más que otra cosa, comí papas fritas. Y luego tomé un helado de máquina en el KFC o algo por el estilo. Caminamos un poco por el Centro Comercial. Me mantuve sin decir una palabra.
Mi hermano preguntó:
- ¿Qué te pasa?
- Nada. -Le respondí.
- ¿Por qué esa cara?
Yo sabía que lo único que querían era hacerme hablar. Lo que querían era escucharme maldecir una vez más. Solo una vez más. (Lo que en realidad me pasaba era que me dolía el cuerpo y en el fondo sentía que era demasiado pronto para empezar el verano. Un rayo de luz atravesó mi cerebro en ese instante. ¿Y Melisa?)
- Oye... di algo pues.
- ¿Cómo qué cosa?
Tomás planteaba algo.
- Lo que sea.
Abrí mi bocota, solté un bramido:
- Lo que sea. -carraspeé.
Otra vez en mi habitación, oculto tras la luz transparente de mi computadora, escribí algo cerca de las 5.30pm. A las nueve apagué mi computadora y guardé mis archivos en disquetes previniendo varios tipos de virus en la red. Mi PC está en las últimas.
Me quedé corrigiendo una media hora más. Y luego pensé mucho en Lucciana, sentado a la deriva de mi mesa verde, expuesto a la luz fluorescente y al reflejo de los cristales.
Sábado a la noche.
Estaba a punto de quedarme dormido en la cocina cuando sonó el timbre.
Era Walter.
Salí a la calle, a franquearle la entrada. Estaba solo, casa vacía. Walter lo sabía, vino a visitarme a pesar de sus exámenes finales. Digamos que el tono de mi voz por teléfono lo convenció.
- ¿Qué tal, Walter?
- Naa... -dijo, haciendo como una mueca- Estoy en nada. -Agregó.
- En fin, pues...
Subimos, hasta mi habitación, donde sonaba un concierto de Andrés Calamaro por todo el segundo piso. La luz que iluminaba mi computadora y mi trabajo era muy tenue. Walter me preguntó si es que tenía algo para fumar, a lo que le dije que no. También estaba en nada. Pero tengo una par de cervezas abajo, le digo. Walter, lee lo que escribí, aunque solo esté a la mitad.
Lo que yo hice, finalmente, fue tumbarme en mi cama, mientras Walter leía con cierta tranquilidad fuera de este mundo aquella cosa. Yo tan solo escuchaba la voz gangosa de“Loco por ti” en la playa El silencio el año 1997, aquí en Lima. Y la respiración de Walter debido a su prominente catarro sonaba algo como shhh shhh shhh mientras movía el mouse sin llegar a concentrarse del todo.
Finalmente Walter dice que no tiende muy bien quién es Guilder Aguilar Peña y qué es lo que tiene que ver con el señor Ramallo, y después de eso se levanta y se pone de pié, con un pedazo de wiro en la mano, diciendo:
- Vamos al jardín. -Un segundo antes de reírse, algo así como- jo, jo, jo... -Por toda mi habitación.
Y una vez en el jardín miramos la luna reflejada en una pileta, cuya agua hemos olvidado cambiar por años. La cañería demasiado vieja, no circula suficiente líquido en ella, por lo que la pileta se había llenado de distintas clases de musgo y algas verdes. Luce bien, si se toma en cuenta que junto al patio en la pared posterior ha crecido una enredadera, mientras el suelo es de piedras negras, y además alrededor nuestro hay algunas sábilas y algunas plantas y algunas flores... Prendí lo que era como un farol de luz amarilla en mi patio.
- ¿Qué es de Marcel? -Le pregunto.
- No sé... -me dice Walter- seguro ha de estar con Roxana, ¿no lo crees?... -Walter le da un par de caladas a su pedazo de canuto, y en seguida se atora.
El patio se llena por un instante de humo.
- Shhh...
Walter me pasa la hierva envuelta en pegajoso papel de fumar, embadurnado de THC. Un par de pitadas al objeto que ya estaba muy pequeño.
Cuando se lo extiendo, la tos que emite Walter es suficiente como para despertar algún vecino:
- Puta mare, Walter, mucho ruido haces... -le digo, mirando atento alrededor.
- ¿Mucho?
- Sí.
- ¿Qué es de Lucciana? -Me pregunta, después de unos instantes, una vez en la sala.
Me quedé inmóvil, como paralizado, mirando la luna reflejada en la pileta de agua podrida en mi patio. Me quedé mudo, como un idiota.
- Oye.
- ¿Qué pasa?
- Te he preguntado algo.
- ¿Qué cosa?
Walter rió, tiró lo que sobraba entre sus dedos y en seguida se repuso, se estabilizó (por un segundo era como si fuese a caerse de bruces contra el suelo) y después de unos instantes me miró fijamente a los ojos y me dijo:
- ¿La has visto?
- ¿A quién?
- ¡A Lucciana!
- Ah. No pues, no la he visto desde que se mudó.
Hubo una pausa.
- Mejor... -balbuceó Walter, minutos después.
- ¿Por qué?
Una vez dentro, Walter prende un cigarrillo sentado en un sillón que es verde, en mi sala, sosteniendo un cenicero que es una mosca gigante, de bronce, y Walter, sostiene aquella mosca largo rato, hasta que descubre que al levantar sus alas es como un cenicero, y la deja a un lado suyo mientras fuma su cigarrillo, cocinamos algo de huevo revuelto y comemos algunas galletas de chocolate y cerveza, hasta que me llené de valor y después de pensarlo muy bien, digo:
- Entiende que Lucciana, conmigo... pero no, ¿manyas?
- ¿Qué?
Estábamos todavía en mi patio, terminando de fumar aquella pava, cuando Walter me dice:
- El huevo... y las galletas de chocolate, ¿sabes? con la cerveza, como que no combina muy bien, ¿no crees?
- Tienes toda la razón -argumenté.
pd.- Demasiado largo, verdad? Mmmm... mal, muy mal...
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